viernes, 27 de agosto de 2010

Demasiada información

En este furor por querer enterarnos de todo en el momento mismo en que las cosas se producen surgen redes sociales como Twitter o Facebook dominando el terreno internáutico. En principio la cosa parece funcionar y uno lee y comparte información de mucha gente de los puntos más diversos del planeta, gente con la que no ha tenido contacto en años, pero luego comprende que no existe realmente "tanta" información para alimentar al monstruo y ésta se comienza a inventar. Juegos, frases, bromas, fans y otros sinsentidos gobiernan el flujo de datos y, evidentemente, todo comienza a ser un caos. Es que nadie en su sano juicio puede atender a 50 o 100 amigos hablando todos a la vez. De hecho no se hace. Las noticias pasan de moda a una velocidad tal que el comentario 19 quedó obsoleto al caer el 20 y así sucesivamente.
Y es que todo esto se parece mucho a una lista de mensajes abierta y sin ningún tipo de moderación. Nadie agrupa los temas, nadie ordena las discusiones, nada. De modo que lo que en principio parecía que serviría como ámbito social se torna un torbellino de insensateces y acaba siendo abandonado.
Personalmente, he hecho el intento de seguir lo que pasa en Facebook o Twitter, pero es que realmente no pasa nada importante la mayoría del tiempo, y cuando hay algo en verdad relevante, esto se pierde en una montaña de comentarios superfluos y ¡vaya uno a encontrarlo!
Philip Dick hubiera dicho que lo que ocurre es la kippelización de la Internet, y tendría razón. Ya bastante kippelizada estaba cuando fue el boom de las páginas personales y de los blogs (mea culpa), pero sobrevivíamos seleccionando el contenido con pinzas cada vez más pequeñas de entre el montón de paja que lo cubría.
Ahora ya es tarde, aunque quizás ya era tarde varios años atrás. Hemos destruido esta WorldWideWeb y sólo quedan los anuncios publicitarios. El kippel lo ha devorado todo y nosotros, saturados de información que no nos sirve para nada, estamos cada vez más incomunicados.

miércoles, 9 de junio de 2010

¡Qué semana!

Es poco habitual tener una semana como la que me ha tocado vivir. Por lo positiva, digo. El sábado apareció el número 6 de la revista Próxima con un relato mío que da comienzo a una trilogía sobre la mecanización del mundo; el domingo por la tarde me entero que mi cuento Partículas, escrito en enero de este año, resultó finalista del III Premio Cryptshow '10 e integrará una antología denominada Cryptonomikon 3; y el martes, cerrando más de un mes de prácticas y estudio, obtuve por primera vez el registro de conducir (un tema que tenía pendiente desde hace varios años).
La semana no ha concluido, pero ya me siento más que conforme, ¿no les parece?

viernes, 4 de junio de 2010

Películas memorables

Para hacer una lista y también rememorar aquellas películas que marcaron mis gustos por el séptimo arte fantástico, me dispongo a enumerarlas aquí rápidamente, en un orden aleatorio, que más tiene que ver con mi capacidad de evocación que con un ranking de superioridad:

1_ Gattaca
2_ Dark City


3_ Brazil

4_ Blade Runner

5_ Apocalyse Now

6_ The Thing

7_ The Howling


8_ Close Encounters of the third kind

9_ The Sixth Sense

10_ Alien

11_ The Terminator

12_ Hellraiser
13_ Fight Club
14_ Donnie Darko

15_ Moon

16_ Crash

17_ Back to the future

Y hay más, pero como no aparecen ahora en mi cabeza no las pongo.

domingo, 4 de abril de 2010

La posibilidad de la autoedición

Estos últimos días, y coincidiendo -casualmente- con la próxima publicación de un cuento mío en una antología de Dunken, he recibido la invitación de publicar un libro de mi autoría pagándolo. La situación no es nueva y, aunque esta invitación en especial tenía matices que la hacían diferir de la lisa y llana autoedición, no deja de ser una publicación a pedido.
Pero analicemos la cuestión con detenimiento. Yo considero que hay muchos puntos objetivos que se pueden evaluar al momento de elegir autoedición:
  1. La publicidad y la distribución que se haga del libro. Aspecto fundamental a la hora de la verdad. Si uno ya pagó la edición es lógico pensar que la editorial no espera "vender" porque ya ha obtenido su ganancia. De esta manera, la necesidad de venta se traslada de la editorial al autor.
  2. La trascendencia de la publicación en el mercado editorial. Existen muchos ejemplos de autores que antes de hacerse famosos se financiaron sus primeras obras, pero lamentablemente no dejan de ser un grupo pequeño "tocado por la fortuna". Un libro autofinanciado no tiene por qué darse a conocer al público como tal, pero el aparato publicitario, una vez más, jugará un papel definitivo tratándose de un autor novel.
  3. Teniendo todas en contra, la temática hará la diferencia. El oportunismo y el gusto "de la gente" puede llevar a la obra tanto al éxito como al fracaso. No digo que haya que escribir lo que la gente quiere leer (la famosa fórmula betsellera) sino que hay que tenerlo en cuenta. Yo escribo fantasía (anticipación, ciencia ficción, literatura especulativa) y ese no es un subgénero muy vendido, al contrario, como puede verse en las mesas de las librerías, es un ghetto reducido.

Por otra parte, existe una cuestión netamente subjetiva que, una vez asumido todo lo antedicho, se interpone en el camino:

¿Qué tipo de satisfacción se obtiene de ver la obra propia autoeditada o autofinanciada?

Personalmente, el salto al libro propio que aún no he dado no lo veo factible por este medio. Sólo pensar en responder a mis amigos "lo pagué" cuando me pregunten cómo logré que lo publicaran me produce una sensación revulsiva.

Vamos que si tuviera 20 años más de edad no lo vería tan así. Entiendo que publicar un libro puede significar mucho más que venderlo y que sea leído.

Llámenme romántico pero aún espero que un editor lea mi material y diga "¡Es bueno, vamos a publicártelo!", así, con signos de exclamación y todo.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Libros como ladrillos

A medida que pasan los años, el tamaño de las novelas crece para calmar la sensación de vacío de un público que prioriza la cantidad a la calidad a la hora de comprar. Estamos hablando de libros de 400 páginas cuando hace dos décadas estaban en 200. ¡Y las novelas eran iguales!, o mejores. Está bien, siempre hubo casos excepcionales como El nombre de la Rosa o Cien años de soledad, pero tenemos que tener en cuenta que ese formato despropocionado de páginas era muy resistido por el mercado editorial. Hoy, en cambio, es el que mejor se ajusta a lo que se pretende vender: muchas horas de evasión por el mismo dinero -aunque nunca es el mismo-. Y resulta que el método funciona, la gente consume por el grosor y el peso del libro antes que por su, siempre difícil de determinar, calidad literaria. Más le valdría al librero tener una balanza en lugar de una lista de precios.

Ejemplos de esto son muy fáciles de hallar:
Luna nueva - Stephenie Meyer - 576 Páginas
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina - Stieg Larsson - 752 Páginas
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo - Haruki Murakami - 683 Páginas
La sombra del viento - Carlos Ruiz Zafón - 476 Páginas
Los pilares de la tierra - Ken Follett - 965 Páginas
El mapa del tiempo - Félix J. palma - 672 Páginas

Pero claro, esta tendencia cuantitativa muy propia de nuestra cultura materialista también tiene su reflejo en otras ramas del arte como la música: discos dobles, recopilaciones infinitas, reunión de intérpretes, discos homenaje, etc.; o cine: películas de tres horas, trilogías, secuelas, precuelas. En fin, todo parece multiplicarse para sacarle hasta la última gota de provecho a un determinado producto.
En el caso de la literatura, tanto como en el cine (que posee una unión muy particular), esto juega en la mayoría de los casos en detrimento de la calidad. Con raras excepciones, las novelas de 500 o 600 páginas se tornan tediosas, inacabables y, no menos importante, difíciles de transportar en la vía pública. Un volumen de Luna nueva o de Los pilares de la tierra son muy complicados de llevar "en la cartera de la dama o en el bolsillo del caballero", y sin embargo se venden... como ladrillos.

Pero quizás el problema mayor sea la mencionada "pérdida de calidad" de la obra. El abuso de la dilación por parte del autor puede entorpecer en el ritmo de la novela y acabar perdiendo la atención del lector. Las subtramas ramificadas complican la idea central, la enturbian, y en muchos de los casos, acaban en nada, sin aportar realmente a la historia, aún cuando al lector le parezca que conoce a cada uno de los personajes como a su propia familia. ¿Es necesario tanto? ¿Es necesario hacer un culebrón de cada historia romántica o una tetralogía de cada guerra épica? ¿Cuántas páginas se le pueden dedicar a la hija de la prima del personaje principal que está a punto de casarse pero duda de que su novio le sea fiel? Nada, esa es otra historia, no la que yo quiero leer. ¡Por favor, no me llenen de ensalada si me invitan a comer un asado!

viernes, 22 de enero de 2010

Un agujero cultural más grande que el de la capa de ozono

Cuando me preguntan por qué no presento mis relatos a una editorial argentina, o al menos residente en el país, para que me editen un libro, mi respuesta es siempre la misma: para que te publiquen tenés que contar con alguna de estas cosas:
  • Ser famoso en cualquier ambiente, incluso el delictivo, ni hablar de la farándula.
  • Pertenecer al círculo de escritores de la editorial en cuestión.
  • Conocer a alguien con influencias dentro de la editorial en cuestión.
  • Conocer a alguien con influencias sobre alguien con influencias dentro de la editorial en cuestión.
  • Tener la tamaña suerte de caer en el momento justo con el material adecuado en las manos de la persona indicada. Ej: un pseudoestudio sobre templarios luego de la publicación del Código Da Vinci, una lista de compras manuscrita por J.R.R. Tolkien tras la presentación de alguna película sobre hobbits, o alguna canción o poema que remotamente pudiera adjudicársele a Sandro, o mejor aún, a Mercedes Sosa.
  • Tener la suerte (del mismo o mayor tamaño que la anterior) de ganar un concurso de relevancia nacional, superando incluso a la novela que desde antes de empezar ha sido elegida como ganadora.
Vista la dificultad de llegar hasta el mundillo editorial con más o menos chances de ser leído por el público en general (sin desmerecer al aficionado al género fantástico que siempre responde) debemos plantearnos por qué ocurre esto en nuestro país. ¿Y qué creen? La primera palabra que me viene a la mente es Mercado. ¿La gente consume libros? ¿La gente lee algo que no sea el Olé o la Paparazzi?
A ver, hagamos un ejercicio. Acá van algunas preguntas para responder rápido y llegar, también rápido, a una respuesta general:
  1. ¿Cuántos libros ha leído usted durante el 2009?
  2. De esos libros, ¿cuántos son de autores hispanoparlantes?
  3. Nombre, ya, a un autor argentino contemporáneo.
  4. Mencione dos libros de ese autor.
  5. Diga cuánto está dispuesto a pagar por un libro de mediana calidad (algo para leer en el verano)
  6. Diga cuánto está dispuesto a pagar por uno de esos libros para coleccionar.
  7. ¿Si tiene la posibilidad de descargar el libro desde internet, lo compraría en una librería?

¿Es suficiente? Claro que lo es. Con la primera pregunta ya se acabó el cuestionario. Cinco es un número vergonzoso, pero es algo, aunque seguramente la mayoría de los argentinos NO han leído cinco libros el pasado año.

¿Vale haberse leído las contratapas?