miércoles, 1 de agosto de 2012

El Domingo Santos pierde encanto

Pese a que en un principio el cambio de modalidad de cuento a novela corta (en el límite de novela) me había parecido un acierto de los organizadores, debo admitir que me abstendré de participar del concurso de este año  por varias razones, que enumeraré aquí:

Primero, el límite de palabras para la obra es de 40.000 - 50.000, lo que la hace una novela corta bastante extensa, y no tengo experiencia en esas distancias, al menos no la necesaria para participar en un certamen de alto nivel. El tratamiento que suelo darle a los cuentos y novelas cortas pierde parte del efecto cuando se trata del largo aliento. Eso lo sé porque lo siento al escribir, y por mis gustos a la hora de leer.

Segundo, el tiempo necesario para diseñar una novela de esta envergadura y ponerse a escribirla es de varios meses. Nada positivo saldrá en los 30 días que restan para el cierre de recepción y no quiero, como tantas veces, correr a contrarreloj para entregar a último momento y descubrir que me he comido una docena de errores imperdonables. Errores sin los cuales podría haber recibido un mejor resultado, o eso suelo pensar.

Tercero, sé que hay escritores más capacitados en estas extensiones que están corrigiendo sus originales para enviarlos al concurso, escritores que han probado suerte en el premio Minotauro con novelas de idéntica extensión, y creo que un poco para ellos está orientado este cambio de rumbo del certamen. Además, con la casi segura desaparición del premio UPC (bianual hasta ahora), este certamen busca acaparar las obras destinadas a este concurso también.

Cuarto, porque quiero dedicarle tiempo a otro certamen de cuento largo que cierra pocos días después, y al que espero, sí podré presentar algo digno de ser leído.

Quinto y último, porque, sinceramente, no tengo nada en mi mente que tome forma de novela y me atraiga lo suficiente para dedicarle el esfuerzo. Yo no busco escribir por escribir, sino para contar algo que me urja contar, así que armar una novelita del estilo chicochicavencenalmaloyvivenfelices me parece una pérdida de tiempo. Ni siquiera lo intento.

Dadas mi razones, creo que es entendible que dejaré pasar la presente convocatoria, y que me presentaré el año que viene si algunas de estas cuestiones, o todas, llegaran a cambiar, porque considero al Domingo Santos como un certamen de alta relevancia y prestigio.

martes, 5 de abril de 2011

La eterna espera

Me encanta escribir. Es algo indudable, que me surge de adentro y estalla en formas diversas, expresando con mayor o menor acierto aquello que me ronda en la cabeza a diario. No suelo sentarme frente a la hoja en blanco y ver qué sale, sino que diagramo mentalmente una linea principal, incluyendo el final, y recién cuando todo me convence me pongo a escribir. A veces, la mayoría, el cuento busca su forma y tuerce el rumbo imaginado, pero no escapa completamente a su destino. Coloco el punto final más o menos donde debe ir y listo. Luego lo leo. Lo retoco. Elimino oraciones complejas, explicaciones retorcidas. Me deleito con algún pasaje logrado y reescribo alguno mediocre. Por último lo cierro y me pongo a buscarle destino -si no tenía-. Me tomo un tiempo. Quizás empiezo y acabo otro relato. Luego de unos días lo retomo y lo releo. Ahora encuentro detalles que se me escaparon. Lo pulo nuevamente, aunque sé que no será la última vez, y ahora sí me digo que el cuento está listo. ¿Qué pasa luego? Luego tengo que sincerarme conmigo mismo y llamarme a paciencia. Hay dos vías para que el relato se publique. Una, enviarlo a revistas y/o editores que sé que podrían interesarse en él -que no abundan, por cierto, pero que siempre están allí-, y otra que es enviarlo a concursar. He aquí la frontera final. Generalmente me decanto por esta opción porque hay numerosos concursos en los cuales se puede participar, pero hay que tener en cuenta que por su extensión y temática sólo algunos podrían aceptarlo. Hecha la selección del concurso apropiado, o del cuento apropiado para el concurso, o ambos, se le da la forma requerida -doble espacio, sangrías, tamaño de fuente, etc.-, se elige un seudónimo, se prepara la plica y se envía el correo electrónico -muy rara vez participo en concursos con envío postal, sólo cuando tengo algún pálpito que amerite el gasto-. A partir de este momento, todo es espera. Pasan meses. Silencio. A veces alguien pregunta algo en un foro sobre el tema. A veces alguien responde. A veces no pasa nada de nada. Todo esto es previsible, todo es aceptable, excepto por la eterna espera. No son la mayoría de los casos, pero a veces los concursos jamás fallan. De hecho las personas que le dieron impulso desaparecen del mapa y se pierde todo contacto. Otras veces, las menos también, se da a conocer el fallo y para sorpresa, estoy allí, entre los finalistas. Todo parece que irá de maravillas hasta que el proyecto de edición del libro fracasa por un evidente mal cálculo de sus promotores y un exceso de optimismo. En ambos casos el cuento sufre. Quizás más en el segundo que en el primero, porque está en el aire la promesa de edición, pero en ambos el cuento queda huérfano. Tal era la correspondencia entre cuento y concurso que no sé hacia dónde dirigirlo nuevamente. Para ese momento suelo tener ya un par de relatos nuevos que se llevan mi predilección y es de esa manera que el cuento pasa a habitar un cajón virtual en mi computadora. Y era un cuento interesante. Una lástima, en verdad. La eterna espera nos ha quitado la posibilidad de disfrutarlo como era debido. Otro acto vandálico del Azar que entreteje la historia editorial...

viernes, 27 de agosto de 2010

Demasiada información

En este furor por querer enterarnos de todo en el momento mismo en que las cosas se producen surgen redes sociales como Twitter o Facebook dominando el terreno internáutico. En principio la cosa parece funcionar y uno lee y comparte información de mucha gente de los puntos más diversos del planeta, gente con la que no ha tenido contacto en años, pero luego comprende que no existe realmente "tanta" información para alimentar al monstruo y ésta se comienza a inventar. Juegos, frases, bromas, fans y otros sinsentidos gobiernan el flujo de datos y, evidentemente, todo comienza a ser un caos. Es que nadie en su sano juicio puede atender a 50 o 100 amigos hablando todos a la vez. De hecho no se hace. Las noticias pasan de moda a una velocidad tal que el comentario 19 quedó obsoleto al caer el 20 y así sucesivamente.
Y es que todo esto se parece mucho a una lista de mensajes abierta y sin ningún tipo de moderación. Nadie agrupa los temas, nadie ordena las discusiones, nada. De modo que lo que en principio parecía que serviría como ámbito social se torna un torbellino de insensateces y acaba siendo abandonado.
Personalmente, he hecho el intento de seguir lo que pasa en Facebook o Twitter, pero es que realmente no pasa nada importante la mayoría del tiempo, y cuando hay algo en verdad relevante, esto se pierde en una montaña de comentarios superfluos y ¡vaya uno a encontrarlo!
Philip Dick hubiera dicho que lo que ocurre es la kippelización de la Internet, y tendría razón. Ya bastante kippelizada estaba cuando fue el boom de las páginas personales y de los blogs (mea culpa), pero sobrevivíamos seleccionando el contenido con pinzas cada vez más pequeñas de entre el montón de paja que lo cubría.
Ahora ya es tarde, aunque quizás ya era tarde varios años atrás. Hemos destruido esta WorldWideWeb y sólo quedan los anuncios publicitarios. El kippel lo ha devorado todo y nosotros, saturados de información que no nos sirve para nada, estamos cada vez más incomunicados.

miércoles, 9 de junio de 2010

¡Qué semana!

Es poco habitual tener una semana como la que me ha tocado vivir. Por lo positiva, digo. El sábado apareció el número 6 de la revista Próxima con un relato mío que da comienzo a una trilogía sobre la mecanización del mundo; el domingo por la tarde me entero que mi cuento Partículas, escrito en enero de este año, resultó finalista del III Premio Cryptshow '10 e integrará una antología denominada Cryptonomikon 3; y el martes, cerrando más de un mes de prácticas y estudio, obtuve por primera vez el registro de conducir (un tema que tenía pendiente desde hace varios años).
La semana no ha concluido, pero ya me siento más que conforme, ¿no les parece?

viernes, 4 de junio de 2010

Películas memorables

Para hacer una lista y también rememorar aquellas películas que marcaron mis gustos por el séptimo arte fantástico, me dispongo a enumerarlas aquí rápidamente, en un orden aleatorio, que más tiene que ver con mi capacidad de evocación que con un ranking de superioridad:

1_ Gattaca
2_ Dark City


3_ Brazil

4_ Blade Runner

5_ Apocalyse Now

6_ The Thing

7_ The Howling


8_ Close Encounters of the third kind

9_ The Sixth Sense

10_ Alien

11_ The Terminator

12_ Hellraiser
13_ Fight Club
14_ Donnie Darko

15_ Moon

16_ Crash

17_ Back to the future

Y hay más, pero como no aparecen ahora en mi cabeza no las pongo.

domingo, 4 de abril de 2010

La posibilidad de la autoedición

Estos últimos días, y coincidiendo -casualmente- con la próxima publicación de un cuento mío en una antología de Dunken, he recibido la invitación de publicar un libro de mi autoría pagándolo. La situación no es nueva y, aunque esta invitación en especial tenía matices que la hacían diferir de la lisa y llana autoedición, no deja de ser una publicación a pedido.
Pero analicemos la cuestión con detenimiento. Yo considero que hay muchos puntos objetivos que se pueden evaluar al momento de elegir autoedición:
  1. La publicidad y la distribución que se haga del libro. Aspecto fundamental a la hora de la verdad. Si uno ya pagó la edición es lógico pensar que la editorial no espera "vender" porque ya ha obtenido su ganancia. De esta manera, la necesidad de venta se traslada de la editorial al autor.
  2. La trascendencia de la publicación en el mercado editorial. Existen muchos ejemplos de autores que antes de hacerse famosos se financiaron sus primeras obras, pero lamentablemente no dejan de ser un grupo pequeño "tocado por la fortuna". Un libro autofinanciado no tiene por qué darse a conocer al público como tal, pero el aparato publicitario, una vez más, jugará un papel definitivo tratándose de un autor novel.
  3. Teniendo todas en contra, la temática hará la diferencia. El oportunismo y el gusto "de la gente" puede llevar a la obra tanto al éxito como al fracaso. No digo que haya que escribir lo que la gente quiere leer (la famosa fórmula betsellera) sino que hay que tenerlo en cuenta. Yo escribo fantasía (anticipación, ciencia ficción, literatura especulativa) y ese no es un subgénero muy vendido, al contrario, como puede verse en las mesas de las librerías, es un ghetto reducido.

Por otra parte, existe una cuestión netamente subjetiva que, una vez asumido todo lo antedicho, se interpone en el camino:

¿Qué tipo de satisfacción se obtiene de ver la obra propia autoeditada o autofinanciada?

Personalmente, el salto al libro propio que aún no he dado no lo veo factible por este medio. Sólo pensar en responder a mis amigos "lo pagué" cuando me pregunten cómo logré que lo publicaran me produce una sensación revulsiva.

Vamos que si tuviera 20 años más de edad no lo vería tan así. Entiendo que publicar un libro puede significar mucho más que venderlo y que sea leído.

Llámenme romántico pero aún espero que un editor lea mi material y diga "¡Es bueno, vamos a publicártelo!", así, con signos de exclamación y todo.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Libros como ladrillos

A medida que pasan los años, el tamaño de las novelas crece para calmar la sensación de vacío de un público que prioriza la cantidad a la calidad a la hora de comprar. Estamos hablando de libros de 400 páginas cuando hace dos décadas estaban en 200. ¡Y las novelas eran iguales!, o mejores. Está bien, siempre hubo casos excepcionales como El nombre de la Rosa o Cien años de soledad, pero tenemos que tener en cuenta que ese formato despropocionado de páginas era muy resistido por el mercado editorial. Hoy, en cambio, es el que mejor se ajusta a lo que se pretende vender: muchas horas de evasión por el mismo dinero -aunque nunca es el mismo-. Y resulta que el método funciona, la gente consume por el grosor y el peso del libro antes que por su, siempre difícil de determinar, calidad literaria. Más le valdría al librero tener una balanza en lugar de una lista de precios.

Ejemplos de esto son muy fáciles de hallar:
Luna nueva - Stephenie Meyer - 576 Páginas
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina - Stieg Larsson - 752 Páginas
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo - Haruki Murakami - 683 Páginas
La sombra del viento - Carlos Ruiz Zafón - 476 Páginas
Los pilares de la tierra - Ken Follett - 965 Páginas
El mapa del tiempo - Félix J. palma - 672 Páginas

Pero claro, esta tendencia cuantitativa muy propia de nuestra cultura materialista también tiene su reflejo en otras ramas del arte como la música: discos dobles, recopilaciones infinitas, reunión de intérpretes, discos homenaje, etc.; o cine: películas de tres horas, trilogías, secuelas, precuelas. En fin, todo parece multiplicarse para sacarle hasta la última gota de provecho a un determinado producto.
En el caso de la literatura, tanto como en el cine (que posee una unión muy particular), esto juega en la mayoría de los casos en detrimento de la calidad. Con raras excepciones, las novelas de 500 o 600 páginas se tornan tediosas, inacabables y, no menos importante, difíciles de transportar en la vía pública. Un volumen de Luna nueva o de Los pilares de la tierra son muy complicados de llevar "en la cartera de la dama o en el bolsillo del caballero", y sin embargo se venden... como ladrillos.

Pero quizás el problema mayor sea la mencionada "pérdida de calidad" de la obra. El abuso de la dilación por parte del autor puede entorpecer en el ritmo de la novela y acabar perdiendo la atención del lector. Las subtramas ramificadas complican la idea central, la enturbian, y en muchos de los casos, acaban en nada, sin aportar realmente a la historia, aún cuando al lector le parezca que conoce a cada uno de los personajes como a su propia familia. ¿Es necesario tanto? ¿Es necesario hacer un culebrón de cada historia romántica o una tetralogía de cada guerra épica? ¿Cuántas páginas se le pueden dedicar a la hija de la prima del personaje principal que está a punto de casarse pero duda de que su novio le sea fiel? Nada, esa es otra historia, no la que yo quiero leer. ¡Por favor, no me llenen de ensalada si me invitan a comer un asado!